jueves, 4 de agosto de 2011

La vida es sueño **

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Adaptación y dirección: Calixto Bieito.
Intérpretes: Nuria Gallardo, Boris Ruiz, Joaquín Notario,
Miguel Gelabert, Àngels Bassas, Roger Coma, Carlos
Álvarez, Víctor Rubio, David Martínez.
José Miguel Cerro (cante), Juan Flores (percusión).
Iluminación: Xavier Clot
Vestuario: Mercè Paloma.
Escenografía: C. Bieito y Carles Pujol.
Teatro: La Comedia (Compañía Nacional de Teatro Clásico).
(6.10.2000)
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De nuevo con Segismundo


Hace tan solo cuatro años que la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC) presentó un montaje de La vida es sueño. No importa: la más famosa obra de Calderón merecería formar parte, permanente del repertorio de nuestros teatros, y por muchas veces que la veamos no cesaremos de asombrarnos con sus versos, con sus personajes, y con esa fascinadora trampa calderoniana en la que, como un prodigioso mago, nos hace confundir la realidad con la fantasía, el sueño con la vigilia. La celebración del cuarto centenario de Calderón es, además, un motivo perfecto para que la CNTC reponga este título.
    Es preciso, además, que nuevos públicos, los más jóvenes, tengan la oportunidad de ver este clásico. Y aquí empieza el primer pero. La CNTC tiene la obligación, en primer lugar, de mostrarnos el texto y el mundo de Calderón, trasladarnos aquella ideología barroca, para comprender desde qué óptica se concibe el drama de Segismundo; después, pero sólo después, ofrecer puestas en escena actuales, alejadas de acartonamientos, con estéticas próximas que no lleguen a desvirtuar la esencia dramática. Y ocurre que hay directores que, ante los grandes textos, parecen plantearse, ante todo y sobre todo, qué añadirlos, cómo lucirse, cómo sorprender al público haciendo patente y explícita su propia presencia antes que servirlos.
    En La vida es sueño, Calixto Bieito, el director, hace que Segismundo se masturbe, practique un cunilingüe a Estrella apenas verla, sodomice a Rosaura... El gracioso Clarín es una especie de bombero torero con montera que orina en escena y que cita al río Pisuerga en la Polonia exótica donde quiso situar Calderón la acción (la cual, en sentido estricto, no se quiere contar: las tres jornadas se dan seguidas, sin oscuros, sin entreacto, sin transiciones, como si el tiempo no pasara). Invenciones que se alejan, evidentemente, de la recreación del original.
    Estéticamente, se ha preferido la austeridad escenográfica, el blanco y negro, la ausencia de barroquismo en el vestuario, cuya ucronía va del frac del rey Basilio, hasta al liguero de la joven Estrella. No importa, porque el texto es ya una exhibición portentosa de barroquismo, y el principal conflicto ideológico o filosófico queda muy bien desentrañado. Hay, eso sí, un juego de actores muy rico, unas acciones secundarias imaginativas, y casi siempre apropiadas, elementos que aportan simbolismos clarificadores. El espectáculo es, formalmente, de una caligrafía excelente. Un gigantesco espejo, que cobra diferentes posiciones en el aire, permite ver planos diferentes de los personajes y, finalmente, el propio público se verá reflejado en él. Parece que quiere traducir la realidad y sus distintas posibilidades de interpretación; quizá la falsedad de todo; quizá el que pensemos que estamos nosotros también confundiendo la realidad y la ficción. Puede que sea un recurso estético simplemente ocurrente.
    Tal vez el mayor acierto de Bieito haya sido la elección de Joaquín Notario para el personaje de Segismundo. Bronco, desconcertado, transmitiendo muy bien su tragedia, diciendo los versos casi con perfección y, en algún monólogo, sencillamente magistral. A su alrededor, hay de todo: desde una académica Nuria Gallardo –Rosaura-, una eficaz Àngels Bassas –Estrella-, algún actor absolutamente pasado -Boris Ruiz, como Clarín- y bastantes otros a los que cuesta seguir, por su imperfecta dicción o su escasa voz.
    Montaje, en fin, para la polémica, lo cual es siempre saludable, porque, en todo caso, estamos ante un espectáculo que no puede dejarnos indiferentes.
Enrique Centeno






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