viernes, 16 de septiembre de 2011

Azaña, una pasión española ***

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Textos de Manuel Azaña.
Selección y aptación: José María Marco.
Intérprete: José Luis Gómez.
Música: Alejandro Massó.
Espacio escénico: Mario Bernedo.
Dramaturgia y dirección: José Luis Gómez.
Teatro: La Abadía. (6.10.2000)
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Un político singular

En tiempos en los que la figura de los políticos resultaban, con frecuencia, patéticos, y conmueve -se esté de acuerdo o no con sus ideas- la talla humanística de Manuel Azaña, su conocimiento de la España y su pasado; su cultura y la preocupación por conservar y cultivar el patrimonio intelectual, de luchar por conseguir la equivalencia, según sus palabras, “entre hombre libre y ciudadano español”.
    Azaña habla de la patria o de España, sin rubor, como lo hace el propio sentimiento cervantino; o vaticina, a pesar de ser él quien consiguió que fuera aprobado el Estatuto de Cataluña, los problemas que acarrearía el nacionalismo, tanto allí como en el País Vasco. No se trata de hacer un panegírico: el propio intérprete, José Luis Gómez, abandona un momento el personaje para advertir que, lo que está diciendo, no son sus palabras, sino las de Azaña, con un guiño probablemente de doble sentido.
    Es seguro que, desde una ideología anarquista, se deteste al político Azaña, tolerante con la Iglesia, opuesto a armar al pueblo ante la sublevación militar, o permitiendo la histórica matanza que sufrió el Anasrquismo en Casas Viejas. Por ello, lo que hay que buscar en este espectáculo no es la afinidad ideológica, ni la santificación, sino esa categoría humana hoy perdida.
    Premio Nacional de Literatura, escritor, poeta, dramaturgo, ateneísta. La figura de Azaña sería hoy impensable verla presidiendo un gobierno. Sus textos, seleccionados para esta ocasión, suenan como si pertenecieran a un político de otro mundo.
    Se encarga de ello José Luis Gómez, en un espacio escénico evocador, sencillo y crepuscular, entre humo de cigarrillos y luces amarillentas. Se mueve allí el actor sin aspavientos, y tras la sobriedad de su personaje y el nulo exhibicionismo. Todo un estudio de movimientos, de formas de avanzar, de sentarse, de respirar. En efecto, Gomes respira junto a Azaña; cambia el registro de su voz desde el cansancio a la indignación, desde la vehemencia al más hermoso lirismo. Y el público le acompaña, como en una ceremonia civil, en la que no es preciso estar con Azaña, pero es impensable no admirar su categoría intelectual. Así lo debe creer Gómez, que ya hizo esta función hace una veintena de años, y que después puso en escena La velada en Benicarló de este político alcalaíno.
Enrique Centeno

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