viernes, 16 de septiembre de 2011

Beckett...

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Textos: Samuel Beckett.
Manipuladores: Sandra Vargas, Luiz André Cherubini,
Miguel Vellinho, Alzira Andrade.
Dirección: Luiz André Cherubini.
Teatro: Pradillo. (Festival de Otoño). (18.2.99)
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Las limitaciones de un muñeco

Por fin ha conseguido arrancar el esperado Festival de Otoño de Madrid. La fiesta inaugural hubo de ser suspendida tras la penúltima barbarie nacionalista, y el primer espectáculo, el recital de Ute Lemper, interrumpido por indisposición de la artista. Y así, de este modo, se produce el hecho fortuito de que el inicio de este evento se produzca en una sala alternativa, la Pradillo, y con un espectáculo de títeres.
  Acto sin palabras es obra inquietante, muda, que muestra la imposibilidad y la desesperanza tanto en su versión I –de mayor calidad- como en la II. El hombrecillo sometido, esclavizado, desesperanzado y agobiado, que ni siquiera podrá conseguir su último deseo de ahorcarse.
    Hacerlo con un muñeco -que es el caso de esta compañía brasileña dedicada a los títeres-, se convierte en un arma de doble filo. Porque Beckett, es cierto, muestra al personaje como un ser manipulado; pero, al mismo tiempo, la escenificación con este objeto-personaje aleja la metáfora y cae en el peligro de convertir todo en un juego perdido de la realidad, cuando el autor irlandés quiso expresar en un ser de carne y hueso, no en una figura de madera. Hay otro elemento negativo en esta apuesta: las posibilidades casi infinitas de la manipulación de muñecos, son aquí más bien pobretonas, como ya superadas y vistas mil veces. Lo que el mundo del títere permite –ya sea de varilla, de guante, de sombras, de transparencias o de manipuladores a la vista del público- es un lenguaje diferenciador del que hace posible la utilización de actores. En este caso, estamos ante una mera traslación de la obra de Beckett a un muñeco, y eso no parece suficiente para la transcripción iconográfica.
    El espectáculo se completa con Impromtu de Ohio, esta vez hecho por actores, lo cual otorga una desigualdad en un equipo desconcertante; más aún, porque no aporta nada al difícil texto visto ya repetidamente. En definitiva, una primera parte que devalúa el original, y una segunda que no ha indagado ni recreado el texto. Hay un violinista -en directo- que ilustra escenas y efectos: si no fuera por su virtuosismo (que sustituye al silbato del original en Acto sin palabras), todo se vendría definitivamente abajo. Aunque, de todos modos, y a pesar de su corta duración –una hora-, el espectador desea que todo aquel aburrimiento se acabe cuanto antes.
Enrique Centeno

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