Textos: Bertolt Brecht.
Música: Kurt Weill, Hanns Eisler.
Intérpretes: Hanna Schygulla, Matthiu Gonet (piano).
Escenografía: Lise-Marie Brochen.
Teatro: La Abadía. (29.10.2000)
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Una diosa pagana
“Gracias. Es la primera vez que hago este trabajo en español”. Así descargó su tensión Hanna Schygulla, ante un público entusiasta que aplaudía sin cesar al terminar la noche del estreno. Después, un par de bises, el primero de ellos el Blbao Song y, para terminar, una hermosa balada del francés Deval.

No debe, desde luego, preocuparse por ello, porque el espectáculo no pierde un ápice su finalidad de enseñar: primero, que una actriz no se improvisa, y que para pisar y respirar con el público, para ser literalmente adorada en su actuación, hay que creer lo que se dice, y dominar el más difícil oficio de las artes. Por eso, a medio camino entre el didactismo y la pasión –recuerdos de Fassbinder, de quien fue musa y fetiche-, va la actriz desgranado los vivos poemas de Brecht, ahora con su lenguaje alemán, con las enseñanzas del maestro que pide que pensemos en él con indulgencia, porque ellos, aun queriendo un mundo de amistad, no pudieron ser amables.
Después de que el papanatismo necrófilo que caracteriza nuestra cultura reaccionaria quisiera enterrar a Brecht desde hace un par de décadas. La figura del fumador mujeriego, del exiliado antinazi, del represaliado antifascista. El del mayor innovador de los procedimientos teatrales que ha dado el siglo parece, ha sido restituida. Este es, sin duda, un espectáculo para la memoria y una ocasión de contemplar a una deidad pagana sobre un escenario, entre el placer y la reflexión: es lo que el dramaturgo buscó siempre. Vean y comparen.
Enrique Centeno
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