domingo, 4 de septiembre de 2011

Concierto para 48 voces ****

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Autores: Poetas de habla hispana de ayer y de hoy.
Versión y dirección : José Sámano.
Interpretación: Lola Herrera, Chete Lara.
Teatro: La Zarzuela. (2.3.2000)
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Poesía de la emoción

El movimiento Tierra de Hombres, de ayuda a la infancia, dio un codazo a los Echegaray, a los Ramos Carrión o los Federicos Romero, para introducir, en el teatro de La Zarzuela, las voces de casi cincuenta grandes de la verdadera poesía española y latinoamericana. Fue un recital hermoso, emocionante, conmovedor, que la institución mencionada –a la que la reina de España dio plantón, lo cual no importaba en absoluto- dedicó para recaudar fondos, digna forma que hay que aplaudir.
    El espectáculo parece estructurado en cuatro grandes temas. Primero, la palabra en sí misma (“Si dices una palabra más, me moriré de tu voz”, Dulce María Loynaz; “Me queda la palabra”, Blas de Otero). Sigue el tema del amor, en el que, desde el misógino Quevedo o el místico Juan de la Cruz (“decidle que adolezco, peno y muero”), hasta Cernuda, Valente o Alberti. Escuchamos algunos de los más hermosos poemas de nuestra literatura. Y la muerte, claro está. Y Dios, cómo no. Aunque sea para “romper a Dios la frente” (León Felipe). Bécquer con sus empalagosas golondrinas, Bergamín , Lorca, Brines, Vallejo, Lorca, Gil de Biedma... Palabras, amor, muerte o Dios. Un espectáculo que a veces obliga a cerrar los ojos y dejar que las palabras entren por los oídos y se detengan en cada poro de la piel. Nuestros poetas.
    Quienes nos hacen llegar tanta emoción, tanta lucidez, tanta rabia en ocasiones, son Chete Lera y Lola Herrera. El primero, que ha tejido su carrera de actor entre proyectos imposibles y entrañables, entre grupos independientes y salas alternativas, presta su voz, bronca ya, su apasionamiento, su casi descontrolada vivencia a cada poema. Lola Herrera es la voz de cristal, limpia, como una lección inmensa de sonidos puros, de un castellano que casi ya no se oye. Es verdad que, para mostrar el sistema fonológico del español, debería recurrirse a Herrera, pero en esta gran actriz hay otra muchas cosas: el entendimiento, el desentrañamiento de los textos, la musicalidad que sabe extraer de cada poeta. Se cortaba el aire, denso y conmovido, la noche de este inolvidable recital. A pesar de que el director, José Sámano, se permitió el disparate de romper estrofas para introducir breves apostillas a los poemas. Debió ser lo único que hizo, porque el resto eran dos atriles, dos actores, la palabra y la emoción.
Enrique Centeno

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