domingo, 4 de septiembre de 2011

Diez negritos **

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Autora: Agatha Christie.
Adaptación y dirección: Ricard Reguant.
Intérpretes: Beatriz Barón, Mark Sanjuán, Pablo
Calvo, Mónica Aragón, Alfonso Arteche, Toni
Valento, Amparo Climent, Lia Uyá, Mª José del Valle,
Paco Cecilio, Salvador Arias.
Escenografía y figurines: José Miguel Ligero.
Teatro: Muñoz Seca. (20.9.2000)
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Un clásico de Aghata Christie

Agatha Christie (1890-1976)
Aceptada ya la habitual presencia del género de misterio o policiaco en nuestra cartelera, llega ahora uno de los títulos más conocidos y vistos (versiones cinematográficas) de Agatha Christie, Diez negritos. La originalidad de esta trama, como se sabe, es que parte de una canción conocida (en el montaje se da primero en off, con el telón bajado, para que la retengamos) en la que cada una de las estrofas va anunciando el procedimiento de los sucesivos crímenes. De modo que, más que la sorpresa, se espera el procedimiento, e incluso, más aún, quién será la siguiente víctima entre los visitantes a una mansión a la que han sido invitados y cuyo anfitrión no llega nunca a aparecer.
    La misteriosa mansión, situada en una isla desierta e incomunicada, acoge a una galería de personajes todos ellos con un turbio pasado, de modo que los crímenes, más que macabros, los presenta la escritora inglesa como el acto de un justiciero en la sombra. Todo lo cual lo sabe el espectador, de modo que lo importante de verdad, desde que se levanta el telón, es mirar la puesta en escena, cómo se ha hecho el trabajo, y si éste estará verdaderamente a la altura del famoso texto.   
 Un día habitual, no de estreno, escuchábamos murmullos poco comunes en la sala: espectadores que comentaban entre ellos, que se explicaban lo que creían adivinar, o se anticipaban a lo que iba sucediendo, lo cual no era sino el signo de que la trama se seguía con pasión.
    Lo que a nosotros nos pareció es que la función estaba hecha con desgana. Ricard Reguant, experto ya en este género, no ha cuidado suficientemente la ambientación –aunque cuenta con un buen decorado-, ni los ritmos, ni la iluminación, ni la interpretación. En el último capítulo aparecen, junto a algunos intérpretes consistentes –Paco Cecilio, María José del Valle, sobre todo-, y otros de torpeza incomprensible, porque una obra tan coral, como ésta, precisa de un engranaje actoral perfecto, y aquí se producen claras lagunas, por no hablar de verdaderos trabajos lamentables. Es el mayor naufragio de esta función, aunque no el único, como queda señalado.
Enrique Centeno

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