domingo, 4 de septiembre de 2011

Don Juan Tenorio **

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Autor: Don Juan Tenorio.
Adaptación: Enrique Loret.
Autor: José Zorrilla.
Intérpretes: Juan Carlos Naya, Ramiro Oliveros, José Carabias,
Pepe Sanz, Abigail Tomey, Antonio Medina, Joaquín Molina,
Fito López, Juan Lombardero, Carmela Cristóbal, Ana María
Vidal, África Pratt, Verónica Luján, Nicolás Romero, etc.
Escenografía: Francisco Sanz.
Dirección: Gustavo Pérez Puig.
Teatro: Español. (18.10.2000)
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Otro Tenorio

Hubo un tiempo en el que, cada noviembre, los teatros de toda España –entre ellos un buen número de los de Madrid- reponían la popular obra del chulo insolente ideado por Zorrilla, y tomado de ese grandioso Tenorio que creó Tirso, transgresor y consecuente. Desde hace unos años sólo el Español ha retomado esa tradición, graciosa y entrañable, de recordar los ripios del poeta vallisoletano, aunque esta temporada la Compañía Nacional de Teatro Clásico mostrará también al tramposo sevillano -dentro de unos días-, uniéndose también a tan simpática tradición. Se hacía coincidir su estreno con el Día de Difuntos –2 de noviembre-, por ser éstos personajes importantes de la trama de Don Juan, pero el teatro Español ha querido en esta ocasión hacer madrugar al calavera.
    También, como cada año, el crítico debe decir algo, y tiene la inevitable sensación de repetirse. Dicho ya todo sobre el texto, reiterada hasta la saciedad que consideramos esta obra como menor, mal construida, de pobre versificación en su mayor parte, pero brillante y complaciente, lo que cabe es referirse a cómo se ha trasladado esta vez a la escena.
    Pérez Puig, el director de este coliseo municipal, prefiere siempre lo tradicional, no solo en los títulos, sino en la puesta en escena. Probablemente piensa, con el Alcalde, que en eso reside el casticismo: en la conservación y la huida de cualquier innovación. Como ya se sabe esto, se va con la esperanza, al menos, de que haya una buena caligrafía. Este Don Juan es mejor que los anteriores y, aunque no renueva gran cosa, estiliza, en cierta medida, el decorado, posee un vestuario hermoso, y se arriesga con una escena de efectos sorprendentes, en el cuadro final del mausoleo con las ánimas ante el don Juan atribulado: “y seré quien siempre he sido/ no queriéndolo ahora ser”, parece recitar entre bastidores el director, con versos de su personaje.
    Dentro de esa tradición, se iba también a ver al actor, al Tenorio; o sea, a Ricardo Calvo, a Borrás, Dicenta, Guillermo Marín, Luis Prendes o Carlos Lemos, por citar a algunos. Era, para ellos, un acto de divismo, un alarde, un recital, una exhibición, y eso es algo que se ha perdido; y si no, fíjense ustedes en la desfachatez interpretativa del mediocre Juan Carlos Naya. Como en otras ocasiones, el director cambia al actor en la segunda parte, para aparentar mejor la madurez que le dan los años transcurridos. Se le encarga a Ramiro Oliveros, que aprovecha muy bien las deficiencias vocales y el desconocimiento del verso del joven don Juan, para un lucimiento de sonoridad y recitación brillante. Y se ve entonces a un Tenorio, es verdad que excesivamente declamatorio, pero un don Juan, al fin, que en la primera parte es completamente increíble.
    El resto del reparto resuelve con eficacia, a veces con buen sabor, como es el caso de Ana María Vidal, una estupenda Brígida, o el de José Carabias como el posadero. Y todo lo demás transcurre dentro de un orden, sin estridencias, sin nada de particular, diríamos. Otro Tenorio, vamos.
Enrique Centeno




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