martes, 18 de octubre de 2011

Wagadú **

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Dramaturgia y dirección: José Ortega.
Intérpretes: Giovanny Holguin, Nagot Picón,
María José Sarrate.
Vestuario: Ana Llena.
Teatro: Sala Triángulo. (7.7.2001)
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Leyendas de África

 Conocemos muy poco del teatro africano: apenas algunos espectáculos más o menos exóticos que nos visitan en festivales internacionales con más folklorismo que rigor. Entre nosotros ni siquiera se ha estrenado al Premio Nobel Wole Soyinka, un nigeriano que retomaba la cultura de la negritud –aquel término y aquella reivindicación que trajo a Europa Cèsare Aimé- y la removía para transformarla en material social, que es para lo que sirve o debe servir el teatro.

   El espectáculo que hoy comentamos, Wagadú, presenta seis “cuentos y leyendas de África”, como reza su subtítulo. Mezcla los relatos de la tradición oral de antiguas raíces con la danza y las músicas, aspectos en los que los tres intérpretes realizan un esfuerzo admirable, tanto en el terreno de la expresión corporal como en la de ejecutantes de diferentes instrumentos. Lo anteriormente dicho, podría hacer pensar que estamos ante un trabajo de eso que se ha venido en llamar “étnico”, pero no es así exactamente, puesto que quienes aparecen en escena son de la común raza blanca. Puede que posean el espíritu y el conocimiento de los negros, pero ese detalle, que quizá pueda parecer a muchos irrelevante, puede también crear un sentido como de la trampa, de la imitación, del paternalismo. Lo que se quiere decir es que, cuando Peter Brook, por ejemplo, intenta contarnos una historia africana, recurre a guionistas y a actores de aquel continente, para poner en escena aquel inolvidable Woza Albert!, mientras que en este caso se puede llegar a tener la misma impresión que produciría un torero japonés a los aficionados del tendido 7.
    Decíamos que son seis historias: todas ellas están presididas por ese sentimiento animista africano, ese panteísmo casi imposible de entender en occidente. Y de una poesía ingenua, unas historias donde, en definitiva, se trata de mostrar que toda la fatalidad del mundo, todo lo malo que nos sucede, es producto de una magia superior. Dios se aleja del hombre, porque éste se porta mal; las indeseables moscas no son sino un castigo por la maldad de los hombres, y así sucesivamente. Religiones, supersticiones, ritos que esta compañía nos relata con un trabajo muy elaborado; una escenografía de aparatoso movimiento; unos ritmos excelentes, y un lirismo algo exagerado en su escolasticismo, y con sus trampas de tonos melodramáticos que rozan la hipérbole o la incontinencia en muchos momentos.
Enrique Centeno

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