jueves, 12 de abril de 2012

Divorciadas, evangélicas y vegetarianas ***

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Autor: Gustavo Ott
Intérpretes: Paloma Tabasco, Carmen Sánchez,
Naya González.
Vestuario: León Revuelta.
Escenografía: Juan Vega.
Dirección: “Los Profetas”.
Teatro: Alfil. (17.8.200)
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Tres mujeres atribuladas


Que esta obra la haya escrito un hombre y haya sido dirigida por otros dos –componentes de la compañía Profetas de Mueble Bar -que así se llama-, podría parecer que es como poner a un zorro para guardar las gallinas; pero no: este análisis del comportamientos femenino, es una mirada sarcásticamente cariñosa, hacia el mundo de las mujeres, y carece de todo paternalismo, desprecio o incomprensión, algo que a menudo sucede en las vulgares comedias.
    Se trata de tres personajes que representan -tal como se enuncia, Divorciadas, evangélicas y vegetarianas- sus diferentes situaciones.  Una divorciada elegante y pija, reprimida, que asegura haber dejado a su marido, lo cual nos causa  razonables dudas. En otra, su primer encuentro fortuito le unió  en las antípodas de su mundo, una especie de hippy actual, vegetariana, enamorada y mal correspondida, y extravagante romántica que asegura haber avistado alienígenas. Pero en este trío hay aún otra en ese mismo lugar, aunque ello sea en sí mismo una sinrazón. Se trata de la militante religiosa, la evangélica, aparentemente alienada en sus creencias místicas, moralista externa que guarda dentro de sí -como las demás- un montón de deseos no cumplidos.
Gustavo Ott. (Caracas, 1963)
     Estas tres mosqueteras de la urbe, van a juntarse de modo casi casual. Hablan muchísimo, como corresponde al tópico de su sexo, pero las conversaciones son ocurrentes, dispares, formando un raro poliedro lleno de jocosidad –aunque ninguna se lo proponga, aparentemente-, que finalmente se encontrarán en el equilibrio y la complicidad, porque, en el fondo, todas mienten y todas llevan su misma verdad; la del desengaño, la frustración y la condición femenina que es, en realidad, la que ha originado ser -de otra forma-, víctimas de un mundo de hombres. Conviene insistir, sin embargo, que el drama está en el hondo, con la forma es de una dislocada y divertidísima comedia.
    Gustavo Ott es un reconocido autor venezolano, y regenta en Caracas una pequeña sala teatral, y su vasta producción incluye igual tragedias urbanas -es considerado principal discípulo del mítico Rodolfo Santana- como comedias grotescas. Ha contado, en esta ocasión, con un equipo espléndido, tanto en los directores –Fernando Navas y Juan Ramón Pérez-, como en la limpia escenografía, el divertido vestuario, y la buena música compuesta por José Antonio Ramos. Aunque, como es natural, son ellas quienes verdaderamente logran el mejor trabajo. Paloma Tabasco en su pija elegante, guapa, con el histerismo de la represión que le sale, de vez en cuando, en formidables juegos destemplados; Carmen Sánchez, la esotérica vegetariana, hace su personaje lo compone, con tal inteligencia, que la reconocemos con  una vecina de butaca; Naya González, cumple el más difícil de la falsa creyente que esconde, como siempre, una terrible represión. Ellas son un espectáculo en sí mismas, aunque, como queda dicho, hay un texto excelente que lo sustentan todos.
Enrique Centeno

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