Autor:
Brian Friel.
Intérpretes: Rafael
Navarro, Chelo García, Susana
Hernáiz, Yolanda Robes, Elia Muñoz, Victoria dal
Vera,
Juan Pastor. Eduardo Navarro.
Dirección:
Juan Pastor.
Teatro: Pradillo.
(19.5.2000)
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En un rincón de Irlanda
Una nueva compañía teatral,
“Guindalera, escena abierta”, viene ahora a sumarse a lo que consideramos, sin
duda, un florecimiento de nuestro teatro, tanto en lo que atañe a la
comercialidad de la escena, como a la búsqueda del rigor. La compañía es reciente,
pero sus componentes gozan de larga trayectoria en proyectos diferentes, y son
bien conocidos en determinados circuitos. Traen a un autor irlandés, Brian
Friel –a quien desconocíamos-, y cuya elección, dentro de los presupuestos de
buscar “nuevas sensibilidades ante el hecho teatral”, o de encontrar “públicos
amplios”, según el propio manifiesto de la compañía; no parece demasiado
acertado, independientemente del buen trabajo de la puesta en escena.
Friel cuenta una historia
sentimental, enmarcada en una crónica familiar de un tiempo y un lugar lejanos,
y, en cierto modo, ajeno al espectador.
La descomposición de la unidad familiar en la Irlanda rural de 1936, posee su interés, naturalmente, pero otros temas, otras realidades cercanas, creemos que es lo que el público de este tipo de salas (la obra se representa en la Pradillo). Sobre todo, porque hay demasiadas referencias culturales y folkóricas que hacen difícil su traslación a la memoria y las raíces propias.
La descomposición de la unidad familiar en la Irlanda rural de 1936, posee su interés, naturalmente, pero otros temas, otras realidades cercanas, creemos que es lo que el público de este tipo de salas (la obra se representa en la Pradillo). Sobre todo, porque hay demasiadas referencias culturales y folkóricas que hacen difícil su traslación a la memoria y las raíces propias.
Brian Friel (1929) |
El hijo
natural, de una de ellas, es quien cuenta la historia, treinta años después, y
ese procedimiento, ese doble plano entre el narrador y lo narrado, permite al
autor desvelar, de alguna manera, el final triste de todos los personajes, eso
que lamamos el melodrama. El juego del tiempo, como recurso o trampa dramática,
convierte todo en una especie de elegía sentimental, y que nada tiene que ver
con el narrador del teatro épico.
Personalmente, la obra nos
interesa poquísimo, a pesar de poseer una estimable caligrafía. Es más
interesante la puesta en escena, porque hay un trabajo coral excelente, y
momentos de interpretación muy estimables. Dentro de las habituales carencias
de este tipo de compañías, la ambientación, el vestuario, la coreografía
–bailes que tampoco entendemos, claro está-, poseen un nivel superior al
habitual; y lo ha dirigido muy bien Juan
Pastor. Rezuma este trabajo entusiasmo, rigor, interpretativo, y un cierto
escolasticismo clásico algo empolvado.
Enrique Centeno
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