sábado, 23 de junio de 2012

Bailando en Lughnasa **

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Autor: Brian Friel. 
Intérpretes: Rafael Navarro, Chelo García, Susana
Hernáiz, Yolanda Robes, Elia Muñoz, Victoria dal Vera, 
Juan Pastor. Eduardo Navarro. 
Dirección: Juan Pastor.
Teatro: Pradillo. (19.5.2000)
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En un rincón de Irlanda
Una nueva compañía teatral, “Guindalera, escena abierta”, viene ahora a sumarse a lo que consideramos, sin duda, un florecimiento de nuestro teatro, tanto en lo que atañe a la comercialidad de la escena, como a la búsqueda del rigor. La compañía es reciente, pero sus componentes gozan de larga trayectoria en proyectos diferentes, y son bien conocidos en determinados circuitos. Traen a un autor irlandés, Brian Friel –a quien desconocíamos-, y cuya elección, dentro de los presupuestos de buscar “nuevas sensibilidades ante el hecho teatral”, o de encontrar “públicos amplios”, según el propio manifiesto de la compañía; no parece demasiado acertado, independientemente del buen trabajo de la puesta en escena.
Friel cuenta una historia sentimental, enmarcada en una crónica familiar de un tiempo y un lugar lejanos, y, en cierto modo, ajeno al espectador.
    La descomposición de la unidad familiar en la Irlanda rural de 1936, posee su interés, naturalmente, pero otros temas, otras realidades cercanas, creemos que es lo que el público de este tipo de salas (la obra se representa en la  Pradillo). Sobre todo, porque hay demasiadas referencias culturales y folkóricas que hacen difícil su traslación a la memoria y las raíces propias.
Brian Friel (1929)
Los personajes son, fundamentalmente, mujeres: cinco hermanas con diferentes actitudes, encerradas en una antigua casa solariega en la que mantienen una economía de subsistencia, con sus quehaceres cotidianos. Son también cinco temperamentos, enfrentados ante la aceptación de los  cambios, que terminarán con sus tradiciones. También su visión del amor, de la religión o del dios pagano Lugh, cuyas fiestas de bailes y hogueras, pesan como telón de fondo  para presentárnoslas. En realidad, a lo que se asiste -aunque con alguna referencia externa o histórica –la llegada de la industria, que las perjudicará, o uniéndose voluntarios a las Brigadas Internacionales, del hombre dramático abocado al fracaso.
    El hijo natural, de una de ellas, es quien cuenta la historia, treinta años después, y ese procedimiento, ese doble plano entre el narrador y lo narrado, permite al autor desvelar, de alguna manera, el final triste de todos los personajes, eso que lamamos el melodrama. El juego del tiempo, como recurso o trampa dramática, convierte todo en una especie de elegía sentimental, y que nada tiene que ver con el narrador del teatro épico.
    Personalmente, la obra nos interesa poquísimo, a pesar de poseer una estimable caligrafía. Es más interesante la puesta en escena, porque hay un trabajo coral excelente, y momentos de interpretación muy estimables. Dentro de las habituales carencias de este tipo de compañías, la ambientación, el vestuario, la coreografía –bailes que tampoco entendemos, claro está-, poseen un nivel superior al habitual;  y lo ha dirigido muy bien Juan Pastor. Rezuma este trabajo entusiasmo, rigor, interpretativo, y un cierto escolasticismo clásico algo empolvado.
Enrique Centeno

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